sábado, 11 de junio de 2011

Eugenio Montale: Huesos de sepia

 
La mayor parte de los poemas del libro de Eugenio Montale Huesos de sepia están escritos entre 1920 y 1925. Algunos anteriores y posteriores se añadieron en las sucesivas ediciones. En este libro inicial están contenidas ya la casi totalidad de las constantes de su poesía, quizá completadas con algún otro tema del siguiente libro Las ocasiones.
El libro se inicia con el poema In limine. Es el umbral que antecede a lo demás y, por ello, donde se condensan los temas de su poemario. “Goza si el viento que entra en el pomar / trae de nuevo la oleada de la vida: / aquí donde se hunde un muerto / amasijo de recuerdos, / huerto no hay, sino relicario.” Un huerto desolado separado del mundo exterior, entre el árido campo y el océano infinito. La dificultad de la vida: “rincón de tierra solitario”, aunque pueda transformarse en un crisol. En la última estrofa, la voz del poeta busca una salida, siente necesaria la libertad: “Busca una malla rota en la red / que nos estrecha, ¡salta fuera, huye!”
Dentro de la sección Movimientos se encuentra el poema Los limones. En él hace una declaración de intenciones: rechaza la poesía antigua, grandilocuente; quiere tratar la simple realidad alejándose de lo sublime. Espera descubrir el milagro: “Mira, en estos silencios en los que las cosas / se abandonan y parecen cercanas ... / a veces esperamos / descubrir un error de la Naturaleza / ... el hilo desenredado que finalmente nos coloque / en medio de una verdad.” Mas, aunque asalte el pesimismo -“falta la ilusión”-, éste se ve contrarrestado por iluminaciones repentinas como el olor o el color de los limones.
La sección Sarcófagos está constituida por una serie de poemas elegiacos donde el recuerdo y la nostalgia –de la infancia, de la juventud- son el fruto de una mirada presente que escudriña las más mínimas sensaciones que la contemplación extrae del acontecer cotidiano. Este tema vuelve a tratarlo en el poema extenso El fin de la infancia.
Huesos de sepia es la sección más extensa. “No nos exijas la fórmula que pueda abrirte mundos, / pero sí una sílaba seca y torcida como una rama” declara. El poeta está al acecho, mediante la observación minuciosa, del lento sucederse de los hechos de la  naturaleza (“Sestear pálido y absorto / junto a la cálida tapia del huerto”), para así sentir “cómo es la vida y su pesar / en este recorrer una muralla / coronada de agudos pedazos de botella.” Mal de vivir en el que insiste: “nuestros abrasados ánimos / en los que la ilusión quema / un fuego lleno de ceniza / perdiéndose en la serenidad de una certeza: la luz.”
Montale repite con insistencia: “A menudo he hallado el dolor de vivir”, y no encuentra respuesta de una trascendencia en la que, aunque lo deseara, no puede creer: “De bien no supe, fuera del prodigio / que revela la divina indiferencia “ (La divinidad, de existir, ignora a los humanos; agnosticismo declarado del poeta).
En el poema Portovenere asevera que “cualquier hora próxima  / es antigua”, confusión de lo antiguo y lo presente. El mar, intemporal, atestigua el transcurso efímero de la vida. Y ese mar nos insta a obtener un rostro: “En este lugar estás en los orígenes / y decidir es necio: / más tarde volverás a partir / para asumir un semblante.” Frente a la ajenidad del mar, descubrir lo propio: la confrontación sirve para afirmar nuestra diferencia.
La naturaleza es un elemento constante en la poesía de Montale: “El cañaveral apunta sus brotes / en la serenidad que no se rasga”; “un árbol de nubes sobre el agua / crece, después cae como ceniza.” Naturaleza que simboliza lo perenne gracias, precisamente, a su constante renovación, frente a lo pasajero y frágil de la existencia: “nuestro mundo / se sostiene apenas” y “desciende a su foz / la desnuda vida.”
Mediterráneo es una sección que se organiza como una suite de varios poemas sobre el mar. Es una nueva búsqueda de identidad. Confrontación de un modelo de plenitud –ese mar Antiguo- frente a la caducidad del hombre. Hay una necesidad de identificarse con ese elemento, puesto que el mar le dijo: “que en mi estaba / tu ley audaz: ser vasto y diverso / y a la par constante / y vaciarme así de toda suciedad ...”
Mas el mar presenta una dualidad. Es un vientre fermentador que todo lo absorbe, y de él surge la vida. De ahí su condición femenina, su ser madre. Y de ahí ese rumor suave de las olas. Pero el mar también es un estómago que devora a sus hijos y que vomita a las arenas los residuos de su digestión caníbal. Y en las playas aparecen unos huesos mondos, los restos descarnados de unos cadáveres marinos olorosos de sal y yodo, expuestos a la corrosión del sol. Por tanto, el mar es también cruel, porque es además el estrépito del oleaje contra las rocas. Es lo masculino, como un padre sancionador de la ley: “llega a veces, repentina, / una hora  en que tu corazón inhumano / nos asusta y del nuestro se separa”, para concluir “lo que en mí crece / es quizá el rencor / que todo hijo, mar, tiene hacia el padre.”
En esa relación dialéctica con el mar, de acercamiento y rechazo,  Montale busca desde luego una identificación, basada en la necesidad de alcanzar una proyección atemporal, una cierta forma de eternidad: “que una parte de tu don / perdura para siempre en las sílabas / que llevamos en nosotros...”; y un apoyo, ya que: “podrías al menos forzar / mi fatigado ritmo / con algo de tu delirio.”
Una de las últimas partes del libro es El agave en el escollo. Describe a los vientos Siroco o Tramontana donde simboliza voluntades de hierro que arrasan a su paso, o al Maestral en donde se rehace la calma. En Estanque metoforiza la imposibilidad, en la imagen de una larva que pretende vivir, mas no lo consigue: “ha nacido y muerto, y no ha tenido un nombre.” De nuevo trata la inanidad de la existencia en Flujos: “La vida es este despilfarro / de hechos vulgares, vano / más que cruel.” El personaje del poema Arsenio es un alter ego en el que plasma el conflicto entre el impulso vital y la inercia (“inmóvil andar”). Confirma el poeta a ese tú al que se dirige: “...calle pórtico / muros espejos te fijan en una sola / helada multitud de muertos”; y “si un gesto te roza, si una palabra / cae a tu lado, es ... la señal / de una vida estrangulada surgida para ti.”. Definitivo todo ya en Casa en el mar: “El viaje termina aquí: / en las mezquinas ciudades que dividen / el alma que no sabe ya gritar.”
Concluye el poemario con Riberas. Es otro de los poemas extensos del libro; y en él, la doliente voz del poeta abriga aún la esperanza. La naturaleza, (piedra limada, árbol rugoso, hueso de sepia) se ofrece como guía en la identificación con la vida interior. La voz se atreve a  exclamar: “¡Poder ... sentir ... un refluir de sueños, un loco urgir / de voces hacia un fin; y en el sol / que os inviste, riberas / reflorecer!”
La poesía de Montale es contenida; trata unos cuantos temas de forma repetida, (la incertidumbre, el inquieto cambio, la vida dificultosa, la identidad ...) desarrollados con una morosidad constante. A pesar de su contenido angustioso (ese permanente male de vivere), no es una poesía desgarrada ni excesiva. En buena medida identificada con el mar, como él es una poesía que cambia pero que permanece. En varios poemas usa las formas impersonales de los verbos (sestear, espiar, observar, sentir) lo que confiere al sujeto una condición ausente o pasiva (ese “inmóvil andar”). Formalmente, los poemas los desarrolla, muchas veces, describiendo minuciosamente unos estados, unas sensaciones, unos temas, para luego extraer unas conclusiones. El mismo Montale hablaba de no confundir lo fundamental con lo transitorio; de ahí que su obra sea fruto de una voluntad de búsqueda concentrada de lo esencial.

© Copyright Rafael González Serrano

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