Czesław Miłosz, poeta polaco de origen
lituano (había nacido en Vilna en 1911), publica Tierra inalcanzable –según otras traducciones Tierra inabarcable– en 1984 en Estados Unidos. Llevaba ya instalado
allí desde 1960, a donde llegó procedente de su exilio parisino, entre 1951 y
1960. A pesar de haber sido representante de su gobierno en el extranjero, su
enfrentamiento con el régimen comunista polaco le llevó a tal determinación
(esa experiencia la plasmaría en un libro de referencia, La mente cautiva, 1953). En 1980 había recibido el premio Nobel.
Morirá en su patria, en la ciudad de Cracovia, en 2004.
Entre las características de su
poesía están la ironía y un cierto rechazo del subjetivismo (sin que por ello
el “yo” deje de estar presente). Así en el poema Miandad escribe que escucha decir a la gente “Mis padres, mi
marido, mi hermana…” y, afirma irónico, que se deleita aquí en la tierra con
esa “miandad”. El subjetivismo deja paso a un cierto objetivismo al hablar de
la naturaleza o las ciudades. En Al amanecer recuerda París, y considera la
necesidad de que las cosas perduren: “Lanzo un conjuro a la ciudad pidiéndole
que perdure”; aunque en Retorno a
Cracovia en 1880 comprueba cómo las cosas son iguales con el paso del
tiempo, mientras que ello contrasta con la insignificancia del ser humano, ya
que “el mundo nos olvidará”.
En El jardín de las delicias, inspirado en el cuadro de El Bosco,
ofrece varios de sus temas, desde el erotismo hasta la religiosidad. Así en el
apartado Verano, describe “¡Qué
ligeros son sus pasos! Sus caderas en pantalones, no en largos vestidos, / pies
descalzos en sandalias, no en coturnos.” También el tema erótico está en el
poema Annalena, donde en largos
versículos escribe: “Me gustaba tu yoni
aterciopelado, Annalena, los largos viajes en el delta de tus piernas. //
Seguir río arriba hacia tu corazón palpitante por corrientes cada vez más
salvajes saciado de la luz del lúpulo y de la negra enredadera.” Aunque la duda
aceche al final: “Siempre con la inseguridad de si fuimos tú y yo, Annalena, o
de si fueron amantes sin nombres en cuentos de placas de esmalte.”
En El jardín de las delicias, lo religioso adquiere un tono de
trascendencia, en ocasiones, y también
de concluyente, de definitivo, al que, sin embargo, enfrentarse. Así en el apartado
Paraíso, reconoce que hemos comido
del árbol del conocimiento y que, por ello, “desde entonces buscamos el lugar
auténtico”. En La Tierra habitan
todas las tentaciones: “La tentación de las aguas. La tentación de las frutas.
/ La tentación de los pechos y del largo pelo de una doncella.” Todo ello
buscándolo, celebrándolo, “En el aire, la tierra, el mar y las cuevas
subterráneas. / Para que por un breve instante no exista la muerte.” Más, al
fin, aparece el Infierno. Y todo lo
que observa le sirve para inferir: “Que la humanidad existe / para proveer y
poblar el Infierno / cuya esencia es perdurar.” Por consiguiente: “El resto, es
decir, el Cielo, / el Abismo, los mundos girando son sólo por un instante.”
Concluye: “Roguemos para que un día nos salvemos / del estado permanente.” El
instante salvador frente a la eternidad condenatoria.
A parte de elegiaca su poesía es
también epifánica, lo que implica encontrar el sentido original de comunicación
con la divinidad, con el absoluto. Como a través de la plegaría. En Sobre la plegaria dice: “Cada uno por
separado / siente piedad por los otros /…/ y sabe que si incluso no existiera
la otra orilla / pasaríamos igualmente por ese puente aéreo.” Pero la inquietud
religiosa se presenta desde una angustia existencial, adquiriendo un tono dual
nada complaciente. En ese sentido es paradigmático el poema, La conciencia, en que expresa. “A veces
creyente, otras no creyente, / me uno en el rito con los que son como yo.”
Aunque también eleva su plegaria. “Jesús, Hijo de Dios, ilumíname pues soy
pecador.” “Yo, la conciencia, empiezo por la piel /…/ Al tocar una corporeidad
en el espejo, / ¿las toco todas, conozco la conciencia ajena?” Para al final
afirmar: “no he revelado lo que realmente pienso”, porque los hombres, “no
necesitan para nada unas vidas futuras ni adivinar / los tormentos que
conocerán sus descendientes.”
Como no podía ser de otra manera,
en sus textos también está presenta la metapoesía, la reflexión sobre la propia
lengua y el hecho poético, aunque más bien cabría decir que se extiende sobre el
hecho artístico en general. Así lo manifiesta en Inexpresado, donde sí
expresa su concepción del arte. Ya sea “construido con palabras, con sonidos
musicales, con líneas y colores de pinturas, con bloques de esculturas y la
arquitectura.” Aunque afirma que quien ingrese en ese mundo ya no necesita del
otro “porque está construido contra él.” Pero “cuando nos deleitamos en él,
empieza a desvanecerse como un palacio de niebla. Puesto que sólo lo mantiene
en pie el afán de salir afuera, hacia el otro lado.” Y es que la escritura de Miłosz
se origina en el encuentro conflictivo entre la imaginación y la
realidad, en esa ardua frontera entre dentro y fuera, entre la luz y el abismo.
Crear un espacio poético, sí; pero sin olvidarse de la inabarcable abundancia
del mundo circundante.
Otra de las características de Miłosz
es la multiplicidad de voces, lo que se ha denominado la polifonía de su
obra. En Tierra inalcanzable hay esa
variedad, no tanto en el sentido de que aparezcan varios protagonistas, o voces
diferenciadas, sino en el de que a la irracionalidad le responde el
racionalismo, hay individualidad frente a lo general, confrontación entre lo
subjetivo y lo objetivo, entre la caducidad y lo inmutable, la fe y la religiosidad
están puestas en duda por cierta angustia existencial. Esa multiplicidad genera
la impresión de que el poeta pretende reconciliar las contradicciones,
armonizar diferentes puntos de vista muy disímiles entre sí.
Precisamente esa confrontación
entre fugacidad y permanencia se plasma en dos poemas como Mesa I y Mesa II. En el primero escribe: “Sólo esta mesa es
real. Pesada. De madera maciza. /…/ El resto es dudoso. También nosotros,
aparecidos / por un momento o bajo la forma de hombre o de mujer / (¿Por qué
o–o?) En vestidos que nos han sido destinados.” La disyunción apunta ya a un
replanteamiento, a una nueva y distinta posibilidad. Y en Mesa II insiste, consciente de la fugacidad humana. De tal forma
que la comunidad de “miradas, gestos tacto, ahora y desde hace siglos” no
logran detener el tiempo. Lo duradero: los cuchillos, las escudillas, la
porcelana azul y “esta mesa de madera maciza.”
Escribe, en otro lugar, el poeta
que: “En el sueño desaparece la diferencia entre lo subjetivo y lo objetivo. /
Somos a la vez objeto y sujeto, / es decir, nos miramos a nosotros mismos
volar.” Conciliación de antítesis en el sueño, que viene a ser como conjurarlas
mediante la escritura y así trascenderlas (“volar”). Porque está convencido de
que sólo en la escritura “podría finalmente surgir la verdad definitiva.” Y
para conseguir su objetivo despliega en sus poemas toda una serie de recursos,
como la emoción contenida pero llena de alusiones, o la ironía que frena la
pasión con la intención de elaborar un sistema de valores (ya que en nada es
ajeno al dolor humano) con un profundo contenido ético. Pretende con su palabra
penetrar en la realidad del misterio (religioso y de la vida). Y a pesar de
contemplar el horror y la brutalidad (Segunda Guerra Mundial), intenta
encontrar el bien, dar cuenta de él, y así hacer frente a la destrucción tanto
física como moral.
© Copyright Rafael González Serrano