En 1947 publica Tadeusz Różewicz
(Radomsk, Polonia, 1921) su libro de poemas, Inquietud (según otras traducciones, Ansiedad). Antes había dado a la luz su primer libro de poemas, Los ecos del bosque en 1944,
Luego vendrían El guante rojo (1948), La llanura
(1954), Conversación con el príncipe (1960), La voz anónima
(1961), El rostro tercero (1968), Regio (1969), Una pobre alma
(1976), En la superficie del poema y en su interior (1983), Deslumbramientos
(1987), Siempre un fragmento (1996), etc.
Dramaturgo también, escribió piezas teatrales como El fichero (1968), La vieja dama espera sentada (1969),
Matrimonio blanco (1975) o En el foso (1979). Murió en Wrocław en 2014.
Inquietud, aparecido tras la Segunda Guerra Mundial, es en gran
medida tanto una reflexión como una respuesta a los horrores de los que había
sido testigo. Tiene la certeza de haber vivido “un fin del mundo”, y al verse
salvado no puede evitar el preguntarse sobre esta experiencia límite. Así
ocurre en su poema Salvado donde escribe:
“Tengo veinticuatro años / me salvé / cuando me llevaban al matadero. // Estos
son hombres vacíos y unívocos: / el hombre y la bestia / el amor y el odio / el
enemigo y el amigo / la obscuridad y la luz”. Da igual apelar a las virtudes
que a las maldades porque “las nociones son sólo palabras”. La salvación se
hallaría en el encuentro con un guía ético: “Busco a un preceptor y maestro /
que me devuelva la vista el oído el habla /… / que separe la luz de la
obscuridad.”
Pero el poeta no se excusa y, recordando su pasado
reciente, su propia vivencia, no sólo se
considera víctima sino también culpable: “tengo veinte años / soy asesino / soy un instrumento / tan
ciego como la espada / en la mano del verdugo.” (Lamento). El sujeto poético
no encuentra un receptor superior –aunque lo busca como quedó señalado–; y una
negación tan absoluta le obliga a intentar acercarse al ser humano que sufre,
ya que otra posibilidad no sería sino la desesperación.
El sentir religioso es otro tema que aparece en sus
composiciones aunque sea con un significado negativo de refutación, como
evidente consecuencia de las atrocidades observadas y padecidas: “No creo en la
transformación del agua en vino / no creo en el perdón de los pecados / no creo
en la resurrección del carne” (Lamento);
o como constatación de las monstruosidades infligidas a la inocencia, ya que
“engañaron”, “escupieron”, “condenaron”, “colgaron”… a ese “cordero blanco / que
quitaba / los pecados del mundo” (Blancura,
en clara referencia al Agnus Dei qui
tollis peccata mundi).
Los
horrores de la guerra, las crueldades de la historia, reaparecen una y otra
vez, estando presentes en diversos poemas como Trencita (“Bajo los
vidrios limpios / yacen los cabellos rígidos de los asfixiados / en las cámaras
de gas”), o Testigo: “Cómo es posible escribir / sobre el amor /
escuchando los gritos / de los asesinados y deshonrados / cómo es posible
escribir / sobre la muerte / mirando las caritas / de los niños.”
Mas
entre tanta miseria también reivindica la cruda verdad de la carne humana, de
la decadencia como espacio de creación poética, pues rechazando los pretéritos
valores estéticos se inclina por una ética desilusionada (el pesimismo existencial
se manifiesta con insistencia en este libro). Por ello considera que “el poeta
del basurero está más cercano a la verdad que el poeta de las nubes”. Y en el
poema El cuento de las mujeres viejas expone la vejez como contraste y
confirmación del estado del mundo tras la hecatombe de la guerra. En él afirma:
“Me gustan las mujeres viejas / las mujeres feas / las mujeres malas” porque
“son la sal de la tierra // no aborrecen / la basura humana.” En consonancia
con un tiempo en el que el mundo se ha convertido en un estercolero al haberse
derrumbado toda dignidad humana.
La
contraposición –o alternancia– ente la vida y la muerte también se haya
presente en varios poemas. Ya desde el inicio, en Rosa, las confronta:
“Rosa es una flor / o el nombre de una muchacha muerta.” O en Rehabilitación
después de la muerte en donde “Los muertos se acuerdan / de nuestra
indiferencia / los muertos se acuerdan / de nuestro silencio / los muertos se
acuerdan / de nuestras palabras”, pero al final, “los muertos no nos
rehabilitarán.” Sin embargo, la vida es antagonista de la finitud como un don
salvífico y genésico: “Después del fin del mundo / después de la muerte / me
encontré en medio de la vida”, y comienza a crear el mundo nombrando las cosas,
bien que “la vida humana tiene gran peso / el valor de la vida / supera el
valor de todas las cosas” (En medio de la vida).
Como
no podía ser de otra forma, la propia práctica poética es objetivo de sus
composiciones. Para censurar la actividad de ciertos colegas: “juegan //
olvidan / que la poesía contemporánea / es lucha por el aliento” (Liberación
de la carga); o cuestionar si tiene sentido hacer poesía en los tiempos
presentes: “Los poetas muertos / se van rápidamente / los vivos / arrojan / de
prisa / nuevos libros / como si quisieran tapar con papel / un hoyo” (Desde
hace un tiempo).
Pero
también reflexiona sobre su propia tarea creativa; dónde tiene su origen, cuál
es su viabilidad, qué valor pueda tener y qué finalidad conseguir. “De la
grieta / entre yo y el mundo / entre yo y el objeto / de la distancia / entre
el sustantivo y el adjetivo / intenta salir / la poesía” (En el teatro de
sombras). Y en el poema Mi poesía expone una especie de poética: “nada
explica / nada aclara / no renuncia a nada //… // obedece a su propia necesidad
/ a sus posibilidades / y limitaciones //… // abierta para todos / exenta de
misterio / tiene muchas tareas / que nunca podrá cumplir.” Propone, pues, una
poesía humilde, cotidiana, ética, franca y consciente de sus restricciones.
Se ha
considerado a Różewicz como creador de una “antipoesía”, quizá en
una interpretación demasiado libre de una afirmación suya tan contundente como
que “la poesía está muerta”. Este categórico veredicto ciertamente se dirige a
una poesía del pasado, la de la palabra bella y metafísica. En el nuevo
quehacer, el de una poesía consustancial con la situación posbélica, debían
buscarse nuevos medios acudiendo a una
palabra despojada de toda retórica y que vaya directa al tema, haciendo uso de
elementos como el monólogo interno, el diálogo, la descripción o, incluso, no
poéticos (las referencias, las citas de autores, etc.). En poemas austeros, sin
metro, rima, casi sin metáforas; despojados de cualquier ornamento, a fin de no
apartarse del objetivo de reflejar la pérdida de normas morales y de valores
sufrida por el hombre tras la devastadora contienda.
© Copyright Rafael González Serrano